miércoles, 16 de abril de 2025

Otra mujer

La mujer tiene la piel negra, el pelo alborotado, los ojos tristes. Es alta, fuerte, corpulenta. Lleva un abrigo gris, muy desgastado, y unas sandalias de tiras, sin tacón, bastante machacadas. No lleva medias. Está sentada en un banco. A su lado, un desvencijado carro para hacer la compra en los supermercados está lleno de bolsas de plástico. Supongo que son todas sus pertenencias. Como aquel personaje de Bette Davis en un telefilme de los 70 (no recuerdo el título). Está ahí, en medio de la calle, pero no parece que pida dinero. Tiene algo entre las manos. No consigo distinguir bien de qué se trata. Le da vueltas con esas manos grandes, como si estuviese construyendo algo con los alambres que conforman una extraña figura. Una especie de muñeca deforme. ¿Una menina? Sonríe y farfulla algo inaudible. Más que una palabra, o una retahíla de palabras, parece una queja. Un lamento que se pierde en una mañana fresca de primavera, sin sol. La gente pasa a toda velocidad por su lado. Nadie la observa. Como si fuera invisible. Supongo que en el fondo lo es, invisible. Todo el mundo está muy ocupado: trabajando a destajo, preparando las vacaciones, discutiendo de política, decantándose por Leire o por Amaia, por Vargas Llosa o por García Márquez... Sólo ella parece tener todo el tiempo por delante. Ella a la que, probablemente, todo ese tiempo no le interese lo más mínimo. Porque el tiempo -su tiempo- parece haber quedado detenido en algún momento lejano, difuso. En una nebulosa de complicado acceso. ¿Cuándo se detuvo su tiempo? ¿Cuáles fueron los motivos? ¿Cuántos hombres y mujeres así? 

El miedo se hace aún más fuerte en estos espejos, aunque la gente huya apresurada con sus quehaceres, con sus pensamientos, con sus dilemas. 

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