sábado, 31 de diciembre de 2016

Últimas horas del año

Hemos dado un larguísimo paseo por toda la ciudad. Poca gente y la mayoría de los locales cerrados. Sensación de tarde de domingo o de día extraño. Preámbulo de fiesta, de celebración y, lo que es más importante, de renovación. Algunas cosas cambiarán (espero) y otras seguirán igual, quién lo sabe. Pero conviene pasar la página del calendario cuando el año que se agota no ha sido, precisamente, glorioso. No es superstición: es realismo. 
Me quedo con este último paseo del año antes de tomar mi primera copa de vino. Con ese sol que calentaba la piel en los rincones donde no se ocultaba y con el frío intenso en los rincones con sombra (la mayoría). Me quedo con las palabras y con los silencios de ese paseo. Me quedo con estas últimas horas, que están siendo tranquilas. Y deseando que esa tranquilidad y la belleza de ese cielo que va engullendo ya al sol sigan de nuestro lado durante buena parte de los días del nuevo año. Después de la salud, pocas cosas más importantes. 
Extiendo mi deseo a las personas que por aquí pasáis. 

viernes, 30 de diciembre de 2016

Adiós, 2016, adiós

La última luz de la tarde refleja lo que deseamos y también lo que no deseamos. A través del cristal de la copa de vino, contemplo parte del mundo que me interesa. El resto está en los libros y en los mapas. En los cuadernos de tapas duras aún por escribir y en el olor de los teatros. El 2016 está agonizando y queda la serenidad (y el cansancio) que viene después de haber sobrevivido a doce meses muy complicados. El 2016 está agonizando y, por mi parte, está bien que así sea. De nada sirve pedir cosas porque las cosas, si vienen, lo hacen a su antojo. El mundo fluye a su modo, libremente. Y quienes manejan las riendas del asunto, también. 
Si pudiese elegir un lugar donde pasar esta Nochevieja, ese lugar sería San Francisco. Aún recuerdo su olor, la tranquilidad de muchas de sus calles y el cielo que se divisaba desde aquella habitación de hotel que tenía la cama más grande donde hemos dormido. Cenar en un sitio tranquilo y regresar a aquella habitación para contemplar el cielo hasta que, con el amanecer, fuese cambiando poco a poco de color. Y caer, entonces, rendidos por el sueño. 
Empezar un año es como abrir una puerta desconocida. Nadie sabe lo que puede haber al otro lado. Sólo queda confiar en que la luz que proceda de ahí nos sea propicia. Confiemos, pues.  

lunes, 26 de diciembre de 2016

George Michael

Digamos que George Michael no es uno de mis cantantes favoritos. Sin embargo, curiosamente, si me paro a pensarlo, su música ha estado presente en momentos importantes de mi vida. Aquellas primeras salidas a la discoteca donde bailabas con aquel chico que te gustaba pero al que no te atrevías a decirle nada. Las noches largas y divertidas con amigas, donde el presente era lo único que contaba. Esas mismas noches con el amigo que te traicionó. El día que conociste a tu primer novio y la noche que hiciste lo propio con quien hoy te acompaña (y al que sí le gusta el cantante). La música de George Michael siempre estaba presente en aquellos locales de los noventa (muchos de ellos ya desaparecidos). Como una especie de banda sonora no buscada. 
Entristece su temprana muerte. Endemoniado 2016. Cada vez que escuche una de sus canciones, quién sabe dónde, alguno de aquellos momentos regresará a mi memoria. Y será, sin duda, como echar un vistazo a un viejo álbum de fotos donde todos (todavía) sonreíamos con desbordante ilusión.

Días de Navidad

Este artículo fue publicado en LaEscena

Tengo diez años y la Navidad es la época del año que más me gusta. Muchos días por delante sin colegio y muchos regalos en forma de libro. Aquellas primeras lecturas. Sumergirse en ellas sin saber los caminos a los que te conducirían aquellas peripecias, sin saber las vueltas que, posteriormente, iría dando el impredecible destino, tan ajeno entonces para nosotros. La ilusión de romper aquel papel de vistosos colores y saber que allí estaban aquellos libros que tanto deseabas. Las historias de Los Cinco, las de Tom Sawyer, las de Julio Verne, las de Zipi y Zape... Ya sé que hay algunos escritores que dicen haber empezado a leer con Joyce y Cortázar, pero yo empecé así, qué le vamos a hacer. En la cama (en la mía o en la de mis padres), en la cocina, en el suelo, al lado del ventanal del salón: cualquier rincón era bueno para leer. El refugio no estaba en el espacio, sino en el objeto mismo -el libro-, en aquellas palabras que leías apresuradamente porque querías conocer el final de la historia, de la aventura. Luego, con otra pausa, vendrían las relecturas porque, con aquellos diez años, sin amigos (tus compañeros de colegio hablaban otro lenguaje diferente al tuyo, tenían otras inquietudes, casi siempre relacionadas con un balón) lo que querías eran vivir allí, habitar en aquellas páginas, convivir con aquellos personajes. Ser parte de la historia que acababas de leer, no regresar nunca más al colegio, fantasear libremente, hacerte amigo de aquellos personajes, hablar con ellos. Toda esa magia. 
Han pasado treinta cinco años de aquellas navidades -tantos viajes, tantos anhelos, tantas decepciones, tantos besos-, y la ilusión por descubrir esas historias escritas por otros viene a ser muy parecida a la de entonces. En el camino, tantas andanzas, tantos compañeros de viaje en forma de libro. Tantos escritores, tantas escritoras. Y los nuevos descubrimientos, claro. El cine, tal vez el más poderoso: la aparición de nuevos amigos. Muy poco tiempo después de aquellos diez años, la Navidad pasó a ser, junto a las lecturas, la imagen de Shirley MacLaine corriendo por las calles en busca de Jack Lemmon. Era Nochevieja, sí. Como lo eran aquellas noches en las que disfrutabas (de madrugada, con la casa en silencio) de esa obra maestra, 'El apartamento', que no te cansabas de ver. Las películas en el cine (en esos cines, lamentablemente, desaparecidos) y las películas en las cintas de VHS, ya desaparecidas también. 
Y junto a unos, los libros, y a otras, las películas, la escritura ya iba tomando forma en mi vida. La Navidad era una buena época para ello, con todo aquel tiempo libre por delante. Las horas se llenaban de palabras y de imágenes. A veces, nevaba, y ese contraste, el de la nieve con el intenso calor de la casa, te inspiraba aún más. La terraza cubierta de nieve, el humo que salía de las chimeneas de los edificios de enfrente, las conversaciones de los vecinos de al lado, los movimientos de mi madre de una parte a otra de la casa... Todo eso era literatura. Y desde entonces hasta hoy. Seguimos enredados en lo mismo. Como Shirley corre por las calles en busca de Jack y, en cada nueva visión del clásico, parece que fuese la primera vez que vemos su angustia en el rostro hasta que, finalmente, lo encuentra. Y la angustia desaparece y todo vuelve a empezar. 

martes, 20 de diciembre de 2016

Zsa Zsa Gabor

Muere la legendaria actriz Zsa Zsa Gabor, dicen algunos titulares. Vamos a ver, que no nos confundan los tiempos (más aún). Que no todo vale. Actrices legendarias son Bette Davis, Elizabeth Taylor, Audrey Hepburn, Shirley MacLaine, Katherine Hepburn, Romy Schneider o Gena Rowlands. Zsa Zsa era otra cosa. ¿Actriz? Vale. Hay actrices buenas y malas, eso es cierto. Su leyenda, caso de tenerla, es otra. Los excesos y la vida social. Creo que ella se definió a sí misma de la mejor manera posible: "Soy famosa por ser famosa". Pues eso. 
Ser actriz legendaria son palabras mayores. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Salchichón

Estábamos en Madrid. Como al día siguiente era el cumpleaños de Íñigo, habíamos decidido guardar todo el dinero posible para comer o cenar en un sitio agradable. Por eso, aquel día previo planeamos comprar algunas cosas en un supermercado y comerlas en un banco, al sol. Pese a estar en octubre, la temperatura era casi veraniega. Compramos algunas cosas, entre ellas salchichón, y nos sentamos en la Plaza Pedro Zerolo. Era un mediodía tranquilo, silencioso. El sol calentaba nuestras pieles. El pan estaba crujiente, recién hecho. El salchichón, delicioso. Aunque nos encanta, rara vez lo compramos (el colesterol, la dieta, todo eso). Acabo de merendar un pequeño bocadillo de salchichón, un día es un día (y más aún, si ese día es domingo), y, de repente, al hacerlo, recordé aquel mediodía soleado. Cansados y hambrientos después de llevar toda la mañana recorriendo la ciudad, pero felices por estar allí. El viaje era nuestro regalo de cumpleaños. El recuerdo de aquel momento es otro regalo inesperado en esta tarde tristona y un poco tonta de domingo, previa a tantas celebraciones. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

Patria

La patria, más allá de grandilocuentes definiciones, también puede ser el olor de las lentejas que están haciéndose ahora mismo en mi cocina. Y el frío rayo de sol que entra por la ventana y las ilumina.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Seis años después

Ayer se cumplieron seis años de aquella tarde en la que el responsable de la librería en la que trabajaba me llamó a su despacho para decirme que a finales de diciembre se echaba el cierre. ¡Seis años ya! Han sido años muy duros, como cualquiera puede imaginarse. En todos los sentidos: en lo económico y en lo profesional. Para no volverme loco o convertirme en uno de esos tipos que están bebiendo vino en las tabernas a las nueve de la mañana (todo mi respeto por ellos, cuidado), me aferré a la escritura (nada nuevo) y a mi familia (tampoco era nuevo). Mi vida ha cambiado por completo y, cumplidos los 45, las cosas se complican aún más. Soy consciente de ello. Más aún en una provincia tan castigada por la crisis como ésta. Por todo ello, y algunas cosas más que se develarán en el libro, comencé en enero a escribir un diario, algo que no había hecho nunca, ni siquiera de adolescente, cuando nos regalaban alguno de aquellos diarios de tapas granates que se cerraban con una llavecita dorada. Se publicará esta primavera. Y aunque recorre seis meses de mi vida (finaliza el día del cumpleaños de mi madre, en junio), en cierto modo abarca estos seis años de los que hoy, al recordar aquella fecha, os hablo. He llegado hasta aquí, sigo sin beber vino a las nueve de la mañana, escribo sin descanso y mi familia continúa apoyándome. A veces río y a veces lloro. Pero eso le pasa a todo el mundo, ¿no?

viernes, 2 de diciembre de 2016

Mieres, 2016

Éramos jóvenes, inquietos y teníamos las cosas claras. Nos gustaba salir a charlar, a tomar copas y a bailar cuando la noche de esta ciudad aún no había entrado en esta larga decadencia. Cuando la crisis sólo era el título de una canción del primer disco de Dinarama. Mucha gente pensaba que éramos novios. ¡Qué tontería! Sólo queríamos divertirnos, y os juro que lo conseguíamos, con novios o sin ellos. Los novios, los importantes, vendrían después. Llegaron y se quedaron, cuando llegó el momento. Y ahí siguen, a nuestro lado. 
Mañana, ella, Araceli y Carlos, su marido, nos invitan a comer en Mieres (seguimos con las celebraciones). Hace tiempo que no voy y estoy un poco nervioso. Siempre me pongo nervioso cuando voy allí. La infancia, los abuelos, los olores, los recuerdos, las calles, los colores, el paisaje... La sonrisa de la abuela y aquel niño agarrado de la mano de su madre por los alrededores del mercado. En fin, todo ese contraste de emociones. 
Sé que en el coche, de camino, pensaré en todo ello. Y luego, sentado en una terraza, Rioja en mano, también lo haré. Sé que la vida pasa muy rápido, y con ella, a modo de férreo equipaje, esa nostalgia que no hace otra cosa que devolvernos nuestros propios reflejos y anhelos. 

Un minuto de silencio para Juani Monge

Este artículo fue publicado en Tribuna Feminista

Las fotografías que aparecen en los periódicos de Juani Monge, la mujer que fue asesinada hace unos días por su marido a hachazos, muestran a una mujer alegre, risueña, optimista. A veces, lleva el pelo rubio, más corto, y otras, pelirrojo y más largo. Una de esas mujeres que uno se encuentra en la cola de la pescadería, de la panadería o de la charcutería del supermercado y que nunca buscan jaleo por el turno, si a alguien se le ha olvidado sacar el número de esa absurda maquinita roja que los expende. Una de esas mujeres que uno se encuentra a diario por el barrio y que siempre te dedican dos minutos de conversación y una sonrisa. Las fotografías siempre dicen de nosotros mucho más de lo que nosotros mismos nos imaginamos, y esas fotografías dicen que Juani era una mujer normal y corriente, con cara de buena persona. La mirada, por desenfocada o casera que sea la fotografía, rara vez engaña. Sus vecinos, en los periódicos, también dicen eso: que Juani era una buena persona. Buena persona tenía que ser cuando se saltó la orden de alejamiento que se le había impuesto a su marido para acercarse de nuevo a él al descubrir que padecía una gravísima enfermedad. Ella se acercó a él, y él la mató a hachazos, antes de suicidarse. Fin de la historia. No he podido dejar de pensar en ello cada día, desde que se dio a conocer la noticia. Todos los casos de violencia machista son espeluznantes, pero este, si cabe, va un paso más allá, precisamente, por esa bondad que fue recompensada con uno de los asesinatos más atroces que se recuerdan.   
A su lado, en esas fotografías, siempre aparece él, su asesino, pero de él no quiero hablar. El prototipo está demasiado visto. En el nombre del (mal llamado) amor se están cometiendo demasiados crímenes ya. Hay que educar a los hombres desde pequeños. Educar en la tolerancia, la igualdad y el respeto. Hay que decirles a las mujeres que los príncipes azules no existen, que hay que huir (y ser tajantes en esa huida) al más mínimo gesto de maltrato por parte de esos tipos. Hay que insistir en que eso que algunos asesinos llaman amor no lo es en absoluto. Hay que recordar que una cosa es decir te quiero y otra demostrarlo. Hay que hacer gestos (manifestarse, alzar la voz, gritar basta ya...). Toda la ciudadanía debemos hacerlos. Y hay que exigir a los gobiernos que sean implacables en las aplicaciones de sus leyes. Implacables, insisto. Estos asesinos tienen que pagar por sus delitos. Ni uno solo debe librarse de la totalidad de las penas que le correspondan. Ninguna mujer se merece un destino así. Ninguna. 
Vuelvo a Juani. A la Juani que aparece en esas fotografías, a la mujer en la que no he podido dejar de pensar desde que él la asesinó. A su sonrisa. A su pelo de diferentes colores. A sus ojos. A la vida que tenía por delante y que, como esas fotografías, ya es, por desgracia, papel mojado. Aunque su reflejo, terrible, siga planeando sobre nuestra memoria.