He terminado el cuento que llevaba escribiendo varias semanas. A veces, la escritura se apodera de uno y surge de un modo casi torrencial. Otras, en cambio, a la escritura parece que le cuesta salir de su escondite secreto para transformarse en historia. Así ha ocurrido en esta ocasión. Cada palabra era un logro. Cada frase una ardua tarea. Llenar esos cinco folios ha sido uno de los trabajos más complicados de mi vida. Escribir no es ninguna tontería. Los años te hacen cada vez más exigente contigo mismo. Sé que lo que quería contar está contado, pero ahora mismo desconozco la calidad del relato. Digo más: ahora mismo ya no quiero pensar más en él. Se quedará ahí, en una carpeta, y algún día, cuando corresponda, volverá a salir de ella. Y ya veremos. Escribir es una necesidad, sí, pero, como digo, no es ninguna tontería. O dicho con palabras de la Duras: "Puedo decir lo que quiero, nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe."
martes, 30 de agosto de 2016
domingo, 28 de agosto de 2016
El final del verano
Hay un día en el mes de agosto en el que te das cuenta de que el verano está llegando a su fin. Aunque haga sol en tu ciudad, llegas a la playa y el cielo está completamente encapotado y el viento azota la arena con fuerza. Quizá sea la última instantánea de playa de este verano. Respiras hondo y contemplas el mar durante un buen rato. Tienes la sensación de que se va a poner a llover de un momento a otro. Regresas a la ciudad -donde extrañamente continúa luciendo el sol: así son las cosas aquí, en el norte- con cierta frustración por el viaje perdido. No porque se intuya ya el principio del otoño. Siempre me ha gustado que llegue septiembre. El comienzo de un nuevo curso. Quién sabe lo que puede suceder. Dejemos que la vida siga su periplo, tan suyo y tan caprichoso. Dejemos que nos sorprenda.
Hay un día en el mes de agosto en el que te das cuenta de que el verano está llegando a su fin, sí. Y ese día te apetece comer lentejas, pero no lo haces porque tienes que comer los bocadillos que has preparado para la playa. Esperas al día siguiente y entonces sí, las preparas y, mientras se van haciendo lentamente en la cocina, escribes esto.
viernes, 26 de agosto de 2016
Esos placeres
Verter un poco de miel en la taza de té. Observar cómo se desliza la miel de la cucharilla y, justo en ese preciso instante, el único rayo de sol que acaba de surgir en toda la tarde, en medio de todos esos nubarrones que no nos permiten ser demasiado optimistas, se posa sobre ese hilo de miel que va cayendo suavemente sobre el té caliente, sin más aderezo. En el estudio sigue sonando la Chacona de Bach, en la versión para piano de Busoni, interpretada por Rhodes. El mundo podría detenerse ahora mismo ahí, en este instante, y no pasaría nada.
No me interesan ya los grandes gestos, las palabras rimbombantes que sólo conllevan vacío y no conducen a nada, la parafernalia a destiempo, ni la mentira. Ah, los besos de Judas. Sólo me importa eso, hoy, ahora, en este preciso instante, un hilo de miel derramándose en el té caliente y una música sublime.
Esos placeres. Sin otras preguntas. Sin otro planteamiento.
lunes, 22 de agosto de 2016
Otro día de playa
Las olas se rompen contra nuestros tobillos, en la orilla. Hoy el mar está embravecido. Extrañamente, la furia de ese sonido me reconforta. Respiro hondo y miro al cielo. Está despejado. Hay poca gente en la playa. Mejor así. La caminata es larga. Llegamos hasta la siguiente playa y regresamos. Entre la ida y la vuelta, unos cuantos kilómetros. El agua está helada, pero entro en ella y mojo el cuerpo. Me gusta caminar así, con el cuerpo mojado, sentir cómo el sol, que ya no es tan poderoso como otros días, va secándolo lentamente. También me gusta sentir el cansancio de la caminata en las piernas. Comentamos esto y lo otro, y también guardamos silencio. A lo lejos, casi sobre el mar, hay una casa. Pienso en lo maravilloso que debe resultar levantarte cada mañana y ver ese mar, más o menos embravecido, mientras tomas el primer café de la mañana. Siempre pienso lo mismo cuando vamos a esa playa. Algún día tendremos una casa así, muy cerca del mar. Esa idea también me reconforta. Los silencios serán los mismos que los de este día. Y también como hoy, en medio de esos silencios, pensaré en la historia que esté escribiendo y le contaré a él el rumbo de los personajes, de la historia, como acabo de hacer ahora mismo con el cuento que en estas últimas semanas me traigo entre manos.
viernes, 19 de agosto de 2016
Un paseo
Un paseo. Un simple paseo por la ciudad en esta tarde sin sol que ya parece una tarde de septiembre. Un paseo largo, a su lado, con eso es suficiente. Ni siquiera nos hemos planteado hoy tomar un vino en una terraza ni una asequible cena fuera de casa. Un simple paseo, charlando, viendo esos escaparates de cosas que ahora no están a nuestro alcance y entrando en librerías de segunda mano donde siempre aguarda un hallazgo inesperado por unos pocos euros. Con los años, ya más relajados, sabemos apreciar eso. Un simple paseo. Juntos. Los proyectos irán surgiendo o no. El caso es perseguirlos, trabajar constantemente en ellos. Escribir mucho, corregir mucho, leer mucho, eso es lo que hago, como siempre. Él, a mi lado, lo sabe mejor que nadie.
Un paseo. Un simple paseo, en una tarde que ya no parece pertenecer al verano, a su lado. Con eso es suficiente. Mientras otros intentan atrapar un dichoso Pokémon cuando pasan por nuestro lado, yo saboreo estos instantes que se parecen a la felicidad, que de hecho lo son, ahora que la edad nos permite saberlo.
martes, 16 de agosto de 2016
Un hombre sentado en un banco
El hombre está sentado todos los días en el mismo banco, a la sombra de unos árboles. A su lado, una lata de cerveza abierta y una bolsa con más cervezas. No importa que la hora de mi paseo sea por la mañana o por la tarde. El hombre siempre está en el mismo banco, rodeado de las mismas cervezas (puede que compre un pack por la mañana y otro por la tarde, no lo sé). Lleva una barba blanca y muy poblada, posee un rostro serio y demacrado, y probablemente tenga menos edad de la que aparenta. Parece cansado, muy cansado. No hablo de cansancio físico, sino de ese otro cansancio que vence más que diez horas de trabajo y del que siempre resulta complicado restablecerse. Cada vez que paso por allí, por la mañana o por la tarde, no puedo evitar la pregunta: ¿Cuáles son los motivos? No resulta muy complicado imaginarlos. Desde que empezó la crisis (el paro, la falta de dinero, etcétera, etcétera), cada vez es más frecuente encontrarte con personas así. El mundo sigue rodando y a nadie (dentro de ese nadie, con mayúsculas, me refiero también a los políticos) parece importarle demasiado que pasen estas cosas. Lo importante es salvarse el propio pellejo. Que la pistola siempre apunte hacia otro lado.
viernes, 12 de agosto de 2016
Lucky
La madre de Lucky, que así se llama el gato de mi hermana, tuvo ocho cachorros. La dueña de la gata se quedó con cuatro. Las sobrinas de mi cuñado descubrieron a los otros cuatro. Lucky era el más sociable y cariñoso. Ayer llegó del pueblo. No quiere estar más que en el cuello, de mano en mano va, como un juguete, y en todas las manos encuentra acomodo. No protesta por nada. Ya tiene controlada la casa: la comida y el baño. Le encanta sentarse encima del ordenador. Hoy, después del veterinario, vendrá a conocer a Francesca. No sé yo si Francesca querrá compartir trono y mimos aunque sea por una tarde. Es muy buena pero muy suya. Una absoluta diva felina. Veremos qué pasa.
martes, 9 de agosto de 2016
La belleza
Esta tarde voy a conocer -¡al fin!- a Manuel Astur, cuyo libro 'Seré un anciano hermoso en un gran país' me gustó mucho. Quiere hacerme una entrevista para un periódico. Nos veremos dentro de un rato. Entre tanto, mientras preparo una pasta con verduras y me bebo una copa de vino tinto, escucho a Luis Eduardo Aute, una vez más, deseándole lo mejor en este feo trance por el que le está tocando pasar. Su música podría definir casi todos los estados de ánimo por los que he pasado desde que tengo uso de razón hasta hoy. La grandeza de su poesía alcanza esas cotas. Si fuese creyente, maestro, rezaría por usted. Como lo no soy, elevo mi copa hacia lo alto, y confío. Y sigo pensando en ella, la belleza.
lunes, 8 de agosto de 2016
'Achilipú'
Eran noches locas, divertidas, desmesuradas, interminables. Noches de verano, en Gijón. Noches de juventud, de pieles calientes, de deseos constantes. De amores fugaces y besos hambrientos. Bebíamos vino y contemplábamos la luna. Y después, en la misma noche, bebíamos whisky y nuestro único afán hasta el momento de ir a la cama o la playa era bailar. Bailar hasta el fin de la madrugada, cuando ni siquiera entonces el deseo desaparecía. Aquella llama doble de la que habló Octavio Paz, tan presente. La del amor y la del deseo. Todo en una misma noche, como corresponde a determinadas edades, y al día siguiente, ya recuperados, vuelta a empezar. Los mismos deseos, los ojos que ardían, el hielo en el borde de los labios. Y así, en aquellas noches de verano (o de invierno, qué más da), alcanzando la madrugada, nos metíamos en aquel local cerca del puerto donde cantaban unos gitanos de ojos claros y voz aguardentosa. Gitanos que fumaban Winston sin parara y que cantaban por Serrat, Manzanita, María Jiménez o Dolores Vargas, que se murió este domingo y me ha hecho recordar todo esto. Aquel 'Achilipú' podía ser un bonito fin de fiesta, aunque siempre queríamos más, mucho más (de todo), que la juventud es lo que tiene. Las palmas, los ojos negros de la morería, el sabor del whisky, la cabeza dejándose llevar por el deseo, una vez más. Y Ava Gardner, en medio de la pista y de nuestra imaginación. Ava, descalza como aquella pobre condesa y hermosa como ese fantasma que no has conocido y que se presenta cuando le viene en gana.
Qué lejano parece ya todo eso.
sábado, 6 de agosto de 2016
Las mismas ausencias
Entro en una librería de segunda mano a la que suelo ir todas las semanas. A esa librera le llegó hace unos años una novela con la que quedó fascinada. Abrió la solapa y se dio cuenta de que el autor era yo. 'El tiempo que vendrá', mi primera novela. Me lo contó después. Los caminos secretos de los libros vienen a ser así. Desde entonces, cada vez que paso por allí, charlamos un rato. Me cuenta sus aventuras por las ferias de libros, sus anécdotas con los clientes, sus ideas para atraer más gente a la lectura. Yo fantaseo con la idea de poner mi propia librería en ese local enorme donde, hace muchos años, mi amiga Araceli y yo tomábamos vino cuando en esta ciudad poca gente lo hacía a la hora de alternar. (Aunque parezca extraño, en aquel tiempo, hace más de veinte años, pedir un Rioja sonaba raro: o pedías sidra o pedías un vino, lo que significaba un vinazo de 30 pesetas de las de entonces). Ese local, ahora convertido en librería, fue de los pioneros en esta ciudad en diferenciar el vino del vinazo. La estrella era un vino del Bierzo exquisito. Ahora estoy en la librería, digo. La librera me cuenta que se acaba de morir su madre, con 85 años. Lo hace con lágrimas en los ojos. No importa la edad: la ausencia siempre es la misma. Por la mañana habló con ella por teléfono y por la noche estaba muerta. Así es la crueldad de esta vida. Le doy un abrazo y salgo de allí con un nudo en la garganta. Íñigo me pregunta qué ha pasado. Se lo cuento. Y caminamos un rato en silencio, disfrutando de ese sol que aún reconforta.
viernes, 5 de agosto de 2016
Tortilla de patatas
A veces pasa. No tengo ganas de cocinar y sé que tengo que hacerlo. Entonces, pese a la desgana, decido que lo mejor es hacer una tortilla de patatas. Dejo que suene la música y me pongo a ello. Sin el brío de otras veces, pero con decisión. El olor del aceite de oliva calentándose me va reconciliando con la tarea. Poco después, el de la patata y la cebolla, ya en el aceite, hacen lo mismo. Consiguen que me olvide de que, por diferentes causas, no tenía ganas de ponerme a cocinar. La vida puede tener muchos sentidos, pero uno de ellos, sin duda, está ahí, en ese olor que se extiende ya por toda la cocina mientras bato los huevos. La música, suave, queda difuminada. La que procede del fuego adquiere un primer plano. Todo lo demás se vuelve silencio.
He hecho muchas tortillas de patatas desde que, siendo un adolescente, empecé a cocinar. Muchas. Y luego las he compartido, entre risas o penas, con personas importantes en mi vida. Con personas que siguen a mi lado y con otras que ya no lo están. ¡Cuántos problemas solucionados alrededor de una tortilla y una botella de vino!
A veces pasa. Una simple tortilla de patatas consigue reconciliarte con el mundo.
martes, 2 de agosto de 2016
Cecilia
De aquella cocina, la de la casa de mis padres, mientras mi madre cocinaba y yo escribía con ocho o nueve años mis primeras historias, proceden mis primeros recuerdos de la música de Cecilia. No sé qué programa podría ser, pero era uno exclusivamente musical. A mi madre siempre le ha gustado escuchar música en la radio. El resto de los programas terminan por cansarle. Algo que ahora me ocurre a mí cada vez más a menudo. Me satura tanta estrella informativa, tanto tertuliano previsible, tanto pesado runrún. En alguna de aquellas ocasiones, cuando terminó la canción, mi madre me contó lo de su accidente de tráfico. Una triste historia, decía. Y seguía preparando la comida en aquellos benditos fogones antiguos, previos a la odiosa vitrocerámica, mientras tarareaba el estribillo de aquellas canciones cuyo significado entendería algún tiempo después. Por lo tanto, la música de Cecilia, aún a pesar de su melancolía, estará siempre asociada a algunos de los momentos más felices de mi vida. Aquella infancia. Aquellos sábados por la mañana. Aquella emoción ante un papel en blanco y un lápiz.
Evocación
Ella es Lauren Hartke, la protagonista de 'Body Art' (de Don DeLillo), evocando a su marido. Yo puedo aplicar las mismas palabras al mío. Y así lo hago. La grandeza de la literatura, ya sabéis. Y de este libro, en apariencia menor dentro de su trayectoria pero que esta lleno de hallazgos tan poéticos y potentes como éste.
"A ella le resultaba agradable, el sabor del tabaco. Formaba parte del conocimiento que tenía del cuerpo de él. Era el aura del hombre, un residuo de humo y de vicio permanente, una dimensión nocturna, y lo paladeaba en el rizado y canoso vello de su pecho y lo saboreaba en la boca. Representaba la esencia de él en la oscuridad: cigarrillos y sueño balbuciente y mil cosas más, nombrables e innombrables."
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