El verano que agoniza lentamente, el relato al que le falta un final a la altura de lo anterior, la bicicleta tirada bajo la higuera, la ropa tendida al sol de la tarde, el viento que avisa de algo, la tormenta a finales de agosto, la madre que ya no está, los gorriones que revolotean sobre los higos todavía demasiado verdes, el olor de la tierra removida, las nubes que pasan con formas extrañas, los niños que crecen, los perros que mueren de viejos, los gatos que se esconden, la arena todavía entre los dedos de los pies, los decolorados sombreros de paja, las señales de humo, el pequeño fuego a lo lejos, el pisto que se cuece despacio en la cocina, el vaso de vino previo a la cena, las últimas carcajadas, la conversación que se alarga, la luna que asoma, los ojos achispados, el sabor del cigarrillo prohibido, las vulnerabilidades, la canción que suena una y otra vez... This little bird, de Marianne Faithfull, que acaba de cumplir sesenta años. Esa canción y esas evocaciones.
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