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miércoles, 7 de mayo de 2025

Gena en el veterinario

Vengo del veterinario con Gena. Infección de orina. Algo común, ya lo sé, pero como he visitado tantas veces esa consulta con Francesca pues todo se remueve. Bajo los focos, con mis manos sobre su cuerpo tembloroso, Gena protesta suavemente, como si aceptara resignada que hoy toca eso. Precisamente, esta mañana, mientras leía los periódicos, me aparecieron unas palabras de Massiel en las que decía que, salvo cuatro afortunados, venimos a esta vida a sufrir. Qué razón llevas, Tanqueta. Todo el mundo dice que sus gatos son buenos y cariñosos. Y será verdad, no lo dudo. Pero esas palabras, en el caso de nuestra gata, se quedan cortas. Como es tan excesiva, pues también lo es en eso. No puede estar sola ni un minuto. Si no es aquí, conmigo, es allí, donde Íñigo trabaja. Y cuando nos marchamos, el drama es mayúsculo. Cada ser vivo tiene su carácter. Y éste es el de Gena.

Ya en la calle, bajo este agradable sol de hoy, me siento en una terraza tranquila y pido un café. La coloco a ella en un lugar donde también da el sol y se queda poco a poco adormecida. El día será duro porque no puede comer nada hasta la noche, sólo agua. Pero eso ella ahora no lo sabe. Duerme y abre los ojos cada poco para comprobar que sigo allí. Y entonces, al verme, vuelve a cerrarlos, lanzando un casi imperceptible ronroneo que viene a indicar que todo está bien de nuevo. Y yo tengo la sensación de que el mundo ha dejado de girar y, por unos instantes, podemos atrapar algo parecido a la serenidad.

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