Hay algo muy poderoso en la presencia de Jessica Lange. No solo se trata de su belleza, de su atractivo, de su sensualidad. Es algo que va más allá de todo eso. Supongo que si Jessica fuera camarera o librera, o ejerciese cualquier otro oficio alejado de los focos, seguiría teniendo esa presencia tan poderosa. Cualquiera, sin poder evitarlo, se fijaría en ella. Llamaría la atención caminando por las calles, sirviendo una taza de café o cogiendo un libro de una estantería. Lo mismo pasaría, aunque no fuesen actrices, con Marilyn Monroe o con Charo López (hay más ejemplos, también masculinos). Pero son actrices. Grandes actrices. Y eso agudiza el asunto. Si Jessica aparece en pantalla, ya nada más importa. Tu mirada se centra en ella. En su sobresaliente manera de actuar. En su belleza, su atractivo, su sensualidad. Y en esa otra cosa tan difícil de definir. Supongo que podríamos referirnos a ello como una especie de magnetismo o de luz especial (hay personas que poseen estas cualidades sin tener la belleza de Lange, Monroe o López, dejémoslo claro y citemos a Bette Davis o Isabelle Huppert como ejemplos). Por eso está bien que a Jessica le pongan al lado a intérpretes que posean ese magnetismo o luz especial (llamémoslo así), aparte de otras cualidades. Hay que repartir el pastel y las miradas. Gente como Sam Shepard, Kim Stanley, Tommy Lee Jones, Ed Harris, Susan Sarandon, Liam Neeson, Robert De Niro, Diane Keaton, Jack Nicholson, y así.
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